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Puta (sobre la poca sororidad que hay detrás de hablar mal de otras)

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No sé si antes de la “ola feminista” de este año, o mejor dicho, si antes de los acontecimientos transcurridos dentro de los últimos tres o cuatro años con la discusión de la ley de interrupción del embarazo en tres causales, la ley de violencia en el pololeo, entre otras, se ha escuchado tanto la palabra “sororidad”; sororidad como dimensión ética y política de cómo nos tratamos entre pares, y que por cierto en el activismo es muy necesaria.


Nadie nos ha puesto en la mesa una forma de violencia sutil, que todas hemos usado en contra de las otras: el inmiscuirnos en sus vidas privadas para decirles cómo es que deben comportarse en lo privado para ser consecuentes en lo público.

En el movimiento feminista militan todo tipo de mujeres, algunas profundamente dañadas, con historias desgarradoras, otras tan llenas de dolor que la angustia se hace latente, pero este escrito no es para ellas.

Los caminos del patriarcado, al igual que los caminos del “Señor”, a veces, son misteriosos, pero más que eso, son peligrosos y permean cada una de nuestras estructuras sociales, incluso al feminismo.

Se han escrito millones de letras que nos dicen qué es y cómo es ser feministas. Se nos ha dicho que debemos renunciar a la “cultura patriarcal” que obvio, te quiere flaca hasta el arriesgar tu salud, que te quiere sumisa por amor; pero nadie nos ha puesto en la mesa una forma de violencia sutil, que todas hemos usado en contra de las otras: el inmiscuirnos en sus vidas privadas para decirles cómo es que deben comportarse en lo privado para ser consecuentes en lo público.

Este escrito es para mi “yo” del pasado y tú “yo” del presente:

“Puta”:

No hay palabra que cause más animadversión en mi que el vocablo que “puta”, meretriz si así lo quieres, “guarra” si vive en otra latitud. Palabra que lleva al fondo de la escala social femenina, te denigra, te degrada, te hiere, que cuestiona tu corporalidad, tu disfrute sexual. Palabra que, por cierto, es usada en contra de las mujeres para definir lo que ha hecho por siglos el hombre promedio.

Toda aquella que sea más libre que la otra es considerada una puta. Toda aquella que ha escalado en la esfera profesional en algún momento oirá que la tratan de tal forma. Toda aquella que disienta en tal o cual sentido con otra (u otro) será llevaba a tal denominación.

Me podrán decir que “los hombres han usado dicha palabra sistemáticamente”, pero ¿Sabes qué? lo que ellos digan es tan obvio que dejó de importarme hace demasiado tiempo. Sin embargo, en esta cultura patriarcal, incluso aquella mujer que decida usar, gozar y disponer libremente de su vagina (y por ende de su cuerpo), en rigor en algún momento se asume como “puta”, aunque haga exactamente lo que por siglos han hecho los hombres, y eso molesta, como también molesta de sobremanera que tantas que dicen luchar por los derechos de las mujeres anden por ahí tratando de putas a todas aquellas que simplemente no les agradan, inmiscuyéndose en sus vidas privadas al punto de averiguar a cuantos y a quienes tuvo el objeto de su odio en la cama.

Un tweet, una publicación en Facebook, una foto en Instagram, un soplo, una averiguación, lo que sea sirve para derribar a la otra en pos de la figuración. Porque parece que, para algunas, ser feminista de “verdad”, importa tener un halo de virginidad y virtud sexual. ¡Oh! Triunfo patriarcal, que nadie vaya a sospechar con cuántos o con quienes compartiste la cama, porque de saberse, te expones a ser denigrada, mal mirada, sometida al escrutinio de tus “pares”. Se supone el que feminismo busca resguardar la vida e integridad de las demás y no exponerlas ni denigrarlas..

Si de disentir de otra se trata, hazlo, pero atacando sus ideas y no exponiendo ni divulgando su vida privada para quitarla del medio.  Ventilar la vida sexual de las demás te aleja del feminismo, pues te hace utilizar prácticas patriarcales llegando, sin siquiera darte cuenta, al machismo, y ya tenemos suficiente con los hombres para que venga otra a decirnos que está bien o que está mal en nuestra cama y en nuestra vida. Aquello no debería importarle a nadie, y si ves que otra se pone en riesgo háblale, pero siempre con el respeto y cariño que debe existir entre quienes compartimos una historia de abusos y opresión desde el patriarcado.

¿Que acaso no es una práctica patriarcal el estar investigando la vida privada de alguien más sólo con el afán de destruirla? Claro que lo es, y como toda práctica machista es baja, te denigra como ser humana, te reduce y habla más de ti, de lo que ha penetrado el machismo en tu persona, que de quien recibe el ataque.

Para ser feminista no hay que sólo ir a los meetings, a las marchas, tener un hermoso discurso antipatriarcal o llamarse hermanas, sino que hay que practicarlo, predicar con el ejemplo. La consecuencia en el ejercicio del feminismo pasa por permitir a las demás, aunque no compartas sus ideas, de vivir sus sexualidades como más les acomode, es más, te invito a celebrarlas.

Si cobra o le gusta el sexo grupal, si es lesbiana, bisexual, si ejerce la prostitución de manera libre, si es amante o si tiene uno, no es nuestro problema. Sí lo es cuando una mujer ejerce la prostitución en condiciones de esclavitud, cuando se trafica a una niña para satisfacer a un adulto, cuando se obliga a una mujer a parir. Nuestro problema es cuando se usan viejos artilugios patriarcales para destruir a las demás.

Si de verdad queremos avanzar hacia la construcción del feminismo, debemos partir por erradicar las prácticas patriarcales existentes entre nosotras y aplicar la sororidad incluso en aquellas con las que no compartimos ideas, principios o formas de ser. Se vive en lo privado, se enseña en lo público, se es consecuente en el ejercicio diario.

Al final del día… ¿Qué te importa cómo vive la otra su vida? ¿Usa tu vagina acaso?


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